jueves, 22 de octubre de 2015

RELATO: LA RUEDA (PARTE 1 DE 2)


La gran rueda de piedra gira y gira y gira sin descanso, ajena a las voces de los hombres fatigados, a las inclemencias del mundo en el que le ha tocado rodar, ajena a todo en realidad. Hace un ruido insoportable cuando otras piedras más pequeñas caen bajo su recorrido. ¡Crash! ¡Traaaaan! ¡Boom! Y para los mortales de la zona, para aquellos que trabajan en los alrededores, aquella música infernal les martillea los sentidos y les deja sumidos en un estado muy parecido a la hipnosis. Pican la roca con menos ahínco entonces, es verdad, como también es verdad que el dolor y la pena por el destino que les ha tocado se vuelven más ligeros, y menores son las ganas de lanzarse bajo el arrastre de la rueda y así terminar para siempre con la pesadilla.
    Es así para todos excepto para Galván, por desgracia.
    Cuando el hombre oye los gritos de la rueda gigante, no puede evitar sentir nauseas. Se detiene unos instantes a cada momento (cosa que sabe que irrita al Castigador), suelta la herramienta y se sienta sobre la dura tierra a recuperar el aliento y la entereza. No siempre lo consigue pero, aún a riesgo de recibir una terrible descarga del táser del Castigador, Galván sigue este ritual una y otra vez, desconcertado al comprobar cómo todos sus compañeros de fatiga continúan con el trabajo a pesar de tan hiriente escándalo. ¿Acaso no sienten la desesperación como la siente él?
    —¡Oye!  —le grita Galván a un cavador que tiene a escasos veinte metros. ¡Eh, tú, despierta, joder!
    Nada. El cavador pica y pica con más fuerza cada vez, los ojos abiertos de pura angustia.
    En la cantera de la Rueda (así se llama el lugar en la mente de Galván), todos los días son el mismo día. No existe la noche, ni el día. No hay minutos ni horas. El universo se reduce al quebranto de la piedra, al sudor como segunda piel, al lamento de la rueda, que grita en nombre de todos. Los esclavos no conocen más rostro que el ajeno, pues su recuerdo se ha borrado del todo y ya no se recuerdan a sí mismos, como no recuerdan su vida más allá de aquellos páramos polvorientos. El Castigador los somete con su doble táser; una figura espeluznante que nunca está presente, pero que, de algún modo, siempre está allí, respirando a sus espaldas. Una larga sombra acompañada de un silbido eléctrico.
    Cuando el Castigador aparece, lo hace por norma para ejecutar un castigo. A menudo el precio a pagar suele ser una descarga de bajo nivel en el estómago. Se soporta bien, si se la ve venir. Con este método consigue que se pique la piedra casi al unísono, en una melodía que se expande con el eco hasta perderse en la desconocida distancia. ¡Pim! ¡Pim! Cuando la pena es mayor, puede esperarse de él cualquier cosa. No son pocos los hombres arrojados bajo la presión de la rueda de piedra, desde luego. Galván se estremece cada vez que oye la explosión de sus cráneos al desaparecer allí abajo. En otras ocasiones el verdugo se los lleva quién sabe dónde, y no se conoce del regreso de ninguno.
    ¡Tú! ¿Por qué no me contestas, desgraciado?insiste.
    Una vez, hace ya mucho tiempo, Galván tuvo un sueño. Un sueño distinto, pues ya solo ve la rueda cuando cierra los ojos. En este sueño, digo, se vio a sí mismo lanzando al Castigador al suelo y descargando sobre él toda la furia eléctrica de su arma. En la imagen, que se quedó congelada en su memoria y por fortuna ahí sigue, Galván se apresuró a correr colina arriba y, cuando alcanzó la cima, la inmensidad del mundo le llenó los ojos de lágrimas. ¡Había vida más allá de aquel agujero de picapedreros! ¡Podía mantener la esperanza de que algún día escaparía! Pero hoy por hoy no veía ninguna grieta en el sistema de seguridad de aquella empresa del demonio que le invitara a plantearse siquiera el salir de allí. Tendría que picar y picar, y más tarde seguir picando.



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La impactante imagen que ilustra el texto pertenece al artistazo François Baranger, y muestra al Alcaudón (The Shrike), uno de los protagonistas de la novela de ciencia ficción Hyperion (Dan Simmons, 1989); uno de mis libros favoritos del género, de hecho (¡qué casualidad!). Aprovecho la tesitura para recomendar con mucha fuerza "Los Cantos de Hyperion" (Hyperion, La caída de Hyperion, Endymion y El ascenso de Endymion), una joyita literaria como he leído pocas. Hacedme caso.



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