domingo, 29 de noviembre de 2015

RELATO: EL LÁPIZ MÁGICO



El último dibujo de la pequeña Ane Fukunaga fue un hermoso bosque de coníferas de colores. Los tonos pastel bañaban las copas de los árboles, amarillo, verde y azul; un lienzo de un sinfín de kilómetros de extensión. Había dibujado también un lago enorme de no mucha profundidad y de aguas tranquilas, sobre el que chapoteaban cisnes, y en cuyos márgenes bebían y saltaban y se arrastraban diminutas lagartijas y una raza de ranas multicolor. Y a lo lejos, una columna de roca negra que llegaba hasta el cielo y que la niña había querido que fuese un volcán.
    —¡Abre la puerta, Ane!
    Había utilizado su lápiz mágico para poblar aquel mundo, su mundo, de criaturas increíbles. Si uno ponía el ojo donde debía, podía localizar a los que ella misma había bautizado en su mente como los sirlots, o los habitantes del bosque perdido. Eran seres poco definidos, pues nadie los podía ver el tiempo necesario y bajo la claridad  justa para identificarlos correctamente, pero sí podía decirse de ellos que poseían rasgos felinos, cuerpos esbeltos y una velocidad y una facilidad para ocultarse que en mucho se parecían a las ardillas trepadoras.
    —¡Abre ahora mismo o derribaré la puerta! —los gritos eran cada vez más ensordecedores.
    No debe confundirse, y la joven Fukunaga sabía que esto era muy importante, a los sirlots con los éfiros, nada que ver, pues estos últimos eran una suerte de bestias abominables cuya sombra ya ponía los vellos de punta. No obstante, y pese a la enormidad de aquel mundo de coníferas, Ane había dibujado a dos éfiros, un macho y una hembra, y los había soltado a su libre albedrío. Según el parecer de la niña, todo ser viviente, así fuese su naturaleza la de un monstruo, tenía el mismo derecho que el resto a saborear las delicias de la creación, aún a riesgo de estropear un poco la obra en su conjunto.
    ¡Bum! La puerta cedió un tanto.
    —¡Ábreme, maldita! —había tanta rabia en la voz que su dueño casi se atragantó— ¡Te vas a arrepentir de esto!
    ¡Bum!
    Ane gustaba de crear paisajes insólitos. Los dibujaba a menudo y en ninguno dejaba de brillar ese talento suyo tan especial. Se ayudaba, es verdad, de un lápiz muy particular, uno cuyo trazo era capaz de crear vida, o al menos así lo creía sentir la muchacha. Cuando ese lápiz mágico dibujaba un riachuelo, Ane Fukunaga divisaba a los peces luchando contra la fuerza de la corriente, o se veía obligada a bizquear ante los destellos cristalinos del sol sobre la superficie. Olía la fragancia de los árboles sin esfuerzo, y se deleitaba, cómo no, con la compleja sinfonía que la naturaleza componía para ella. Estas ventanas le hacían sentir libre; libre de preocupaciones, de días difíciles…
    … Libre de él.
    ¡Bum! Una grieta cruzó la madera de lado a lado.
    Ane se llenó el pecho de aire y lo expulsó lentamente. Cerró los ojos y se dejó envolver por la brisa que se desprendía del bosque de coníferas. El cabello se le movió un poco.
    —¡Niñata desagradecida! —rugió la voz al otro lado.
    Nunca había hecho algo como lo de hoy. Sentir el dibujo no era lo mismo que vivir en él, eso lo entendía, mas la niña no encontró ni un pellizco de miedo en su interior. Estaba tan convencida de llevarlo a cabo que no le temblaba un dedo.
    ¡Crash!
    Un fragmento de la puerta se descolgó violentamente, y aquellos ojos oscuros que a Ane le recordaban a los ojos de un tiburón se asomaron a la grieta y la apuntaron. Rezumaban la malignidad de los éfiros.
    —¡Te tengo!
    Ane hizo como que no lo oía. Acercó el dibujo y se lo colocó justo delante. A continuación, buscó con calma en los secretos escondrijos de la mochila que había traído consigo. No le fue difícil encontrar el objeto que buscaba. Al sacarlo, su afilada hoja brilló.
    El hombre de los ojos de tiburón dejó escapar un grito ahogado y se detuvo en seco.
    —¿Qué… qué pretendes hacer con eso?
    Sin tiempo para articular más palabras, Ane Fukunaga puso en marcha su plan. Se concentró en sí misma, hizo un rápido movimiento y en la habitación se hizo el silencio.
    Pronto podría bañarse en las tranquilas aguas del bosque perdido.
    Estaba lista para viajar al país de los sirlots.


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Este es el relato más reciente de todos, creado hace exactamente 30 días con objeto de presentarlo al taller de escritura creativa "Móntame una escena", de la web Literautas. La ilustración que engalana este post, por otro lado, es obra (¡Y qué obra!) de Anna Armona, cuyo lápiz mágico podéis ver en acción en su perfil de Deviantart.



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