sábado, 13 de agosto de 2016

EL VISITANTE (1ª parte)


Graznaban pocas gaviotas en aquel brumoso rincón del puerto. Es verdad que era tarde; la hora en la que solo los candiles más fuertes sobreviven. Y sin embargo algún movimiento había todavía en la ruinosa taberna del ex capitán Medialengua. Una pareja de borrachos sin prisa por regresar adonde quiera que guardaran sus vergüenzas hacían brazos con una jarra de cerveza caliente, cabizbajos y en un silencio de sepulcro. Ninguno molestaba, eso estaba claro. Para Medialengua, aquellos dos no eran más que las sillas, las mesas o la mugrienta colección de huesos de ballena que decoraba la pared norte de la cantina; solo sombras.
En una esquina apartada rezaba en susurros el padre Dendinis, embriagado por la palabra del Señor, además de por el alcohol. El viejo religioso solía frecuentar La boca del mar una noche por semana, los martes la mayoría de las veces. Y hoy era martes. Y allí estaba, con las Santas Escrituras camuflando una copa de un licor muy malo que nunca nadie pedía y que solo parecía gustarle a él. «Posee el dulzor salvaje de la juventud», llegó a confesar una vez, y Medialengua recordó cuánto le había costado aprisionar una risotada. Pobre padre.
Era martes, como decía, y el que fuera capitán de la Zafia Azul (que Dios la tuviera en su gloria) recogió los últimos rescoldos de suciedad de la barra con una rejilla negra. No esperaba a nadie más. Sabía que no vendría nadie más. Y no obstante, su achacoso espíritu de anfitrión le instó a esperar un rato más con el local abierto. Los dos borrachos se irían pronto (las noches en la periferia de la ciudad eran poco amigables incluso para dos hombres corpulentos como aquellos), y Dendinis no tardaría en bendecir el lugar, incorporarse y salir también dando tumbos. Pero no quería cerrar. No se atrevía a cerrar. Había algo en el silencio de la noche que parecía un grito sordo, una suerte de advertencia en el aire. Probablemente no era nada, se dijo. La tensión del puerto, producto del infortunio de los pescadores, que agarrotaba el ambiente; quién podía saberlo. Medialengua solo sabía que aquella noche de martes no era como las demás noches. Se lo decía su intuición. Y eso le bastaba para no cerrar e irse a casa todavía.
    Los tres clientes salieron de la taberna y Elías Medialengua se quedó solo.
    Caminó por el establecimiento arrastrando los pies, con la lentitud de un espectro. Los crujidos de la madera se entremezclaron con los de sus huesos quebrados. Miró a todos lados y a ninguno, con el desasosiego del que se siente a expensas de algo que no acaba de identificar. Buscó con insistencia, en las oscuras esquinas, al otro lado de la ventana, atento a cada ligero cambio que pudiera producirse en el ambiente. Pero no encontró nada diferente. Nada.
    Y entonces la puerta de La boca del mar se movió. Y entró él.
    El ex capitán Medialengua había tratado con hombres de todo calado a lo largo de sus muchos y largos años. Hombres rudos y hombres de pellejo fino; hombres extraños, de difícil trato o de difusas intenciones. Había navegado hombro con hombro junto a toda clase de individuos, tan peligrosos la mayoría que bastaba una mirada a destiempo para provocar en ellos la explosión de una jauría de perros salvajes. Es lo que tenía la mar. Eso lo sabía Medialengua. Había vivido con ello. Le era tan familiar como el olor a harina para el panadero.
    Y si embargo ninguno de esos hombres, ninguno, llegó a estremecerlo de la manera en que lo hizo aquel.
    El ex capitán se colocó detrás de la barra, y desde su trinchera pudo contemplar mejor al visitante.
    El tipo era alto; tanto que tuvo que ladear ligeramente la cabeza para pasar por el umbral de la puerta. De la cabeza le caía cual catarata una melena del color de la ceniza, y su rostro era un rostro severo, lleno de arrugas que, si bien no le hacían parecer anciano (pues no lo era en realidad, de hecho era bastante más joven que Medialengua), sí que advertían que se trataba de un hombre de mundo. Así lo decían sus ojos, además, que era profundos y oscuros como dos pozos sin agua. Vestía el visitante con prendas de cuero negro, enguantado y con botas puntiagudas también negras, que parecían de piel desollada. Pero lo que más destacaba de su indumentaria era un collar de piedras de colores apagados que le daba varias vueltas al cuello y que, según el ojo cansado del ex capitán, debía de pesar un quintal.
    —Estaba a un aullido de lobo de cerrar —dijo Medialengua, con menos firmeza de la deseada— ¿Qué se le ofrece al caballero?


CONTINUARÁ...



________________________________________________



Lo primero es lo primero: la ilustración de artificialguy se llama «Pirate Bay», y tenéis un enlace directo a su guarida pinchando en el título. Dicho esto, aclarar que sigo respirando y que sigo escribiendo (más lo primero que lo segundo), y que este «El visitante» es el arranque de un relato corto que tenía ganas de escribir y que, ahora que mi vida ha dejado de moverse con tanta vehemencia, espero poder terminar. Veremos.
Otra cosa que quería mencionar es que ya tengo perfil en Sttorybox, una simpática web para escritores (y lectores) con una premisa más interesante y dinámica que otras páginas similares como, por ejemplo, Wattpad. Podéis encontrarme por allí dando palos de ciego, pinchando justo AQUÍ.
Y eso es todo por el momento. Si los hados así lo quieren, la segunda parte de la pequeña (¡pero sorprendente!) historia del ex capitán Elías Medialengua se publicará pronto. Bye bye.


No hay comentarios:

Publicar un comentario